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[Comentario] El octavo ensayo, como tragedia y como farsa

Publicado: 2016-01-06

Un comentario de Homero Quiroz Cabañas**

La izquierda local es un cóccix extra large, un vestigio inmenso de ese rabo que tuvimos los humanos cuando fuimos simios, un atavismo arcaico que tan solo nos ha traído desgracias. Una tragedia y una maldición. Así finaliza el nieto de José Carlos Mariátegui, Aldo Mariátegui, su libro El octavo ensayo (2015).  

Quien busque una interpretación sesuda al estilo de José Carlos en este “Octavo ensayo”, debe saber por adelantado que no lo encontrará. El libro está lleno de adjetivos, de anécdotas, de nombres, de fechas y datos, pero hueco en ideas, vacío en explicaciones, indigno de llamarse ensayo de interpretación de la izquierda peruana y sus avatares en ese turbulento, sangriento y corto siglo XX.

La historia peruana parece tener una dialéctica semicircular en la que los hechos ―para parafrasear a Marx― se suceden al menos dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa. Por ello, la historia de la izquierda es, en cierta medida, la historia del Perú. La poderosa izquierda de los años 60-70 es hoy una caricatura socialdemócrata que el pueblo no reconoce. Se alejó tanto de él que dejó de entender sus problemas. Se adaptó tanto a los nuevos tiempos que abandonó su habitad natural y negó la herencia ideológica (si en algo tiene razón Aldo es que ni la izquierda inicial ni su padre fundador José Carlos fueron socialdemócratas).

La negación ideológica, la ilegitimidad, el estado agónico y caricaturesco de la izquierda, le permiten al nieto, que es la inversión del abuelo, enfundarle todos los atrasos y lastres de la sociedad peruana del último medio siglo. Como conservador representativo de la derecha peruana actual, Aldo ve en las ideas de cambio, desastres, desórdenes, religión, irracionalismo, dogmatismo, terrorismo, odio, venganza, muerte, desolación, cataclismo, apocalipsis y bestialismo.

Pero no todo es malo y hay que reconocer dos cosas: Primero, la toma de partido, su apuesta por el neoliberalismo, su defensa del fujimorismo, del establishment y el status quo que entiende como algo natural, resultado del progreso positivista, la selección natural y la historia humana. A diferencia de muchos objetivistas que no quieren evidenciar su ideología, Aldo vomita sus ideas sin ascos ni vergüenzas. Escribir este libro parece que ha sido parte de su catarsis, de su afán por esconder ese cóccix que heredó desde la cuna, una herencia maldita: la sombra del abuelo comunista.

En segundo lugar, buena parte del libro está dedicado a Velasco y al Modelo Económico Velasquista (MEV), al que acusa de todos los males entre 1968-1993 (año en que el fujimorismo, tras un autogolpe y mediante una nueva dictadura, pudo imponer un giro en la economía y respaldarla con una nueva Constitución). El capítulo sobre Velasco es revelador en algunos aspectos, sobre todo en nombres de personajes que aún caminan por las calles limeñas, muchos de los cuales han cambiado considerablemente (haciendo honor a sus orígenes camaleónicos), mientras que otros dirigen ONG que les han servido como negocio, para llenarse los bolsillos, traficando con el discurso de los “Derechos Humanos”. Luego, ya convertidos en dinosaurios políticos, se mezclan con la más rancia clase política e incluso se alían con sus enemigos a quienes acusaron de violadores de Derechos Humanos. Esa es nuestra izquierda legal actual: una caricatura, una inversión. Y, en este último aspecto, Aldo la retrata bastante bien.

Leyendo a José Carlos Mariátegui, entendemos el Perú de los albores del siglo XX, pero también el pasado colonial, la pesada herencia de la semifeudalidad, la división social, el gamonalismo, el problema del indio, la vida aristocrática, etc. Es decir, el itinerario que ha seguido el Perú, y eso que se llama Realidad Nacional. Entendemos también los sueños de una época, la ambición de sus ideales, la potencia de sus pasiones y la profundidad de sus decepciones. En resumidas cuentas: lo que fuimos, lo que somos y lo que anhelamos.

Ese escritor cosmopolita, que había recorrido buena parte de Europa en su juventud y que del interior del Perú solo conocía la serranía de Huancayo, es el ensayista más importante del siglo XX peruano y el marxista más imponente de América Latina. Tuvo una vida fugaz pero muy fecunda. Empezaba a coronarse como la voz sonora de la izquierda peruana cuando la eternidad le sorprendió a los 35 años. Tras su muerte, la izquierda ha seguido caminos inimaginados, llenos de esperanzas, de desilusiones, de traiciones (como las de Ravines) y de muerte.

Pero todo ello tiene un contexto, tiene verdades y hechos con mayúsculas, tiene porqués. Esos porqués no están en las páginas del Octavo Ensayo. Allí más bien todo tiene una explicación en odios, decepciones, obsesiones y psicopatías. La izquierda que nos presenta Aldo está llena de locos, de neuróticos, pero no de neuróticos de los que habla E. Fromm, sino de verdaderos lunáticos. Sorprendentemente, la larga lista que presenta alcanza a los intelectuales más representativos del siglo XX-XXI, al punto de dejar huérfana de pensadores a la derecha, que, imagino, debe reducirse a los directores y redactores del oligopolio llamado Grupo El Comercio.

Leyendo a Aldo podemos no solo sentir la miseria del pensamiento neoliberal en el Perú, también podemos percibir el pulso de las diferencias, de los odios que nos separan y la huella inmensa de la izquierda peruana, cuya organización y militancia hercúleas, en sus épocas doradas, alcanzó el 30% de los votos (en la Asamblea Constituyente de 1978, a pesar de tener candidatos presos o perseguidos).

Aldo insiste en que el gobierno del general Velasco fue una expresión de la izquierda, solo negada por los ultraizquierdistas. Su interés, al hacer la simbiosis contranatura entre militarismo y comunismo, apunta a relacionar la Venezuela actual con el catastrófico final de la dictadura militar en 1975. Aquel supuesto gobierno de izquierda sería la evidencia más contundente de la miopía política de la izquierda, su condición antihistórica y lo deleznable de su ideología.

Se niega a reconocer que Velasco fue una necesidad histórica en tiempos en que la guerra de guerrillas avanzaba sin control. Justamente, el periodista norteamericano que más tiempo dedicó al estudio de las guerrillas, Robert Taber (La guerra de la pulga, 1965), recomendaba que en vez de combatir a los grupos guerrilleros se encause sus luchas y sus reclamos mediante un gobierno capaz de barrer con la semifeudalidad, pues, de lo contrario, el triunfo del comunismo era inevitable. Y eso sucedió con Velasco, que nunca fue de izquierda, pero se formó en una corriente de pensamiento consciente de los profundos problemas que aquejaban al país y de la necesidad de ahogar la Revolución con Reformas.

El fracaso de las reformas es evidente a juzgar por el desarrollo de los hechos. Además, y en ello no se equivoca Aldo, permitió ―a pesar de la persecución de libros rusos y chinos― el fortalecimientos de la ideología comunista, que optará por la lucha armada cinco años después. Pero eso ya no es izquierda, y no merece ni una sola página en el libro de Aldo, como tampoco ocupa espacio en La izquierda en el Perú (2013) de Constante Traverso, es terrorismo puro y sus líderes son bestias asesinas que no se mueven por la razón, sino por el instinto criminal. Un análisis de este tipo no ayuda a comprender la realidad aunque sí los odios de los que detentan el poder y de sus “ideólogos”.

Allí donde José Carlos veía hechos históricos, Aldo ve cifras. Obsesionado con el boom minero recuerda que la oposición de la población a la expansión minera entre el 2008 y el 2014 le habría costado al país 67 mil millones de dólares (las cifras son de Instituto Peruano de Economía, 2015). Pero no dice nada de las razones por las que la población se opone. Tampoco le importa, solo deja entrever que ese desenlace es consecuencia de gobiernos genuflexos como el de Humala. Peor aún, no menciona ni una sola línea de la crisis mundial, la caída del precio de los metales y, en especial, la desaceleración económica de China, la locomotora del crecimiento económico de América Latina en los últimos 20 años.

Por otro lado, la riqueza del subsuelo peruano aún no ha beneficiado a las comunidades que la contienen, más bien son contaminadas por los efectos de la explotación minera (La Oroya es el mejor ejemplo de ello); además, como el Estado es incapaz de explotar sus propios recursos, vende las riquezas al mejor postor. La consecuencia es un ciclo repetitivo de crecimientos falaces y oportunidades perdidas para la nación, pero beneficiosas a una plutocracia semejante al de la época del guano, el salitre, el caucho, etc.

Volviendo a la izquierda peruana, esta se forjó en una época en que los sueños de un futuro mejor e igualitario recorrían las mentes de la juventud y coincide con las profundas desigualdades sociales en el mundo entero, coincide también con el momento cumbre no del fantasma, sino de la vitalidad de la ideología comunista. Y si hoy, pos fin de la historia, la izquierda sigue siendo una alternativa, es porque el capitalismo ha demostrado no ser una alternativa saludable.

En vez de solucionar los grandes problemas de la humanidad, el capitalismo acrecienta las brechas de desigualdad, al punto que actualmente vivimos el ciclo de mayor desigualdad de los últimos tres siglos. Ese fenómeno no ha tenido punto de inflexión desde los años setenta, como lo ha demostrado Thomas Piketty en El Capital en el siglo XXI (2014). Pero no solo ello, la industrialización, la indiscriminada explotación y contaminación amenazan con convertir al planeta en un espacio inhabitable. Ello no solo es predecible, sino normal dado que la lógica del capitalismo es la maximización de ganancias con el menor costo posible. Por ello, la izquierda es aún un sueño, una posibilidad, una esperanza.

Tal vez el pasado mañana le pertenezca. Después de todo, la izquierda es una propuesta bastante reciente en la escena contemporánea si la comparamos con los siglos de dominación burguesa y, en el Perú, aún no ha tomado el poder. Además, su estado crítico actual y su fracaso en el pasado no le aseguran una lápida en el futuro


Presentación del libro (Feria del libro Ricardo Palma, 21-11-2015) 


* MARIÁTEGUI, Aldo (2015), El Octavo Ensayo, Lima: Planeta

** Bachiller en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.


Escrito por

Luis Rodriguez Toledo

Bachiller en Historia por la UNMSM y Estudiante de Maestría en Historia (PUCP)


Publicado en

La herencia de Charles Trask

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